El negocio de robar las reservas rusas
Cómo mearse en las leyes internacionales; Grifols y sus circunstancias; el interminable debate sobre la energía nuclear
Simon Nixon era columnista sobre temas europeos en el Wall Street Journal cuando yo era corresponsal en Madrid, hace ahora más o menos una década. Hombre muy educado, siempre lo encontré encantador, el perfecto caballero británico que escribe con conocimiento y cierta sorpresa sobre las extrañas ocurrencias al otro lado del Canal de la Mancha.
En estos tiempos de trumpismo infiltrando el centro-derecha, Nixon se ha quedado ideológicamente varado, como tantos otros, y ya no escribe en el Journal, sino en su Substack personal, como su servidor. Recientemente escribió sobre los planes de ciertos países occidentales para regalar traspasar a Ucrania las reservas rusas en bancos europeos que éstos robaron congelaron hace dos años, y la verdad es que se le siente el dolor en el alma al contemplar esta alternativa, que hoy por hoy parece que acabará ocurriendo en algún momento (las traducciones son mías):
No es sólo en el campo de batalla donde la guerra no avanza como se esperaba. Desde el principio, Occidente dio gran importancia a su creencia de que Rusia podía ser derrotada con armas financieras. Se congelaron los activos del banco central de Rusia, se excluyó a sus bancos del sistema de acuerdos internacionales, se embargaron sus exportaciones de energía, se limitó el precio de su petróleo, se prohibió la importación de tecnologías sensibles y se impuso una serie de sanciones sin precedentes a personas y empresas relacionadas con la maquinaria militar del Kremlin. La expectativa era que este ataque aplastaría la economía, paralizaría el complejo militar-industrial de Rusia y socavaría el apoyo al régimen.
Por supuesto, esto no ha ocurrido. La economía rusa creció un 3,6 por ciento el año pasado y se prevé que crezca un 2,3 por ciento este año, muy por delante de la mayoría de los países del G7. Como señala este informe del British Foreign Policy Group, la combinación de altos precios y fuerte demanda de países como China e India ha significado que los ingresos por energía se hayan mantenido boyantes. A finales de 2022, Rusia exportaba en términos de valor tanto como en 2014, antes de la invasión inicial de Ucrania. Había generado excedentes suficientes para reponer las reservas congeladas por Occidente para finales de 2022, estabilizando el rublo. Gracias a la desviación del comercio hacia muchos terceros países que se han negado a unirse a la campaña occidental, las sanciones han resultado fáciles de evadir, lo que ha permitido que se dispare la producción de equipo militar.
Esto no ha impedido que Occidente redoble su apuesta por la guerra económica. La semana pasada, para conmemorar el segundo aniversario de la guerra y en respuesta a la muerte de Navalny, Estados Unidos, la Unión Europea y Gran Bretaña anunciaron otra ronda más, la decimotercera, de sanciones. Hay promesas de nuevas sanciones a empresas fuera de Rusia que podrían estar ayudando a evadir las medidas existentes. Y Estados Unidos amenaza con imponer sanciones secundarias a los bancos extranjeros que hagan negocios con empresas rusas sancionadas. Pero como señala The Economist, cuanto más avanza Occidente por este camino de guerra económica, aumentan los riesgos para sus propios intereses.
Del asco y consternación internacional que causan las sanciones occidentales, y lo muy contraproducentes que están siendo, ha escrito yo mucho también. Por ejemplo, aquí. Seguimos:
Las mismas preocupaciones se aplican a otro arma financiera que el G7 está considerando utilizar. Estados Unidos está presionando fuertemente para que el G7 expropie los activos congelados del banco central de Rusia y se los entregue a Ucrania para financiar su reconstrucción. El plan cuenta con el respaldo de Gran Bretaña, Japón y Canadá. El argumento moral a favor de utilizar fondos rusos para pagar la reconstrucción de Ucrania es indiscutible. De hecho, cuando se congelaron los fondos al comienzo del conflicto quedó claro que sólo serían devueltos si Rusia hubiera pagado reparaciones por la destrucción que había desatado. Según William Hague, exsecretario de Asuntos Exteriores británico, “ya hemos superado el punto en el que esos activos serán devueltos algún día. Serían mejor utilizados para apoyar a Ucrania e imponer una sanción cada vez mayor a Putin”.
Sin embargo, la idea de que confiscar los activos ahora castigaría a Putin es fantasiosa. Los fondos ya están fuera de su alcance y Rusia efectivamente los ha cancelado. Tampoco en el corto plazo el dinero ayudará mucho a Ucrania. Sus necesidades de financiación externa ya han sido cubiertas para este año mediante un paquete de asistencia financiera de la UE de 50.000 millones de euros acordado el mes pasado y financiación del Fondo Monetario Internacional. Utilizar los activos rusos incautados para sufragar las futuras necesidades de financiación de Ucrania sería sin duda políticamente bienvenido al reducir el llamado a los contribuyentes occidentales, pero esto debe contrastarse con los considerables riesgos legales y de reputación que conlleva la expropiación de los activos de un Estado soberano, particularmente uno con el que un país no está oficialmente en guerra.
Esos riesgos revisten especial importancia para Europa, razón por la cual Francia, Alemania e Italia se han resistido al plan. Esto se debe a que la mayor parte de los 300.000 millones de euros de activos congelados se mantienen en la UE, de los cuales alrededor de 190.000 millones de euros se mantienen en Euroclear, el depositario de valores con sede en Bélgica. La proporción de activos mantenidos en los otros países del G7 es insignificante. Nicolas Veron, académico del Instituto Petersen de Economía Internacional, expuso en un artículo reciente lo que está en juego para la UE al confiscar los activos sin una base jurídica clara que fuera aceptada internacionalmente, protegiendo así a los gobiernos europeos de acusaciones de robo.
La confiscación ahora sentaría un precedente problemático e incentivaría la fragmentación financiera global. La confianza en los acuerdos monetarios internacionales se vería socavada en mayor medida por la confiscación que por la inmovilización inherentemente reversible, para la cual existen precedentes. Eso desincentivaría a varios bancos centrales a mantener sus activos de reserva en euros. También privaría a la UE de una posible influencia futura en algunos escenarios de negociaciones futuras, aunque tal escenario no es probable mientras Vladimir Putin permanezca en el poder. Además, podría exponer a los países de la UE que perpetraron fechorías en el pasado a una mayor presión por parte de sus propios demandantes. En resumen, la UE perdería estatura y dañaría bienes públicos globales que de otro modo apreciaría, con el fin de ganar una cantidad de dinero de la que podría prescindir.
El desafío para Occidente cuando busca profundizar su arsenal financiero es cuidar de que estas armas no terminen infligiendo el mayor daño a sus propios intereses. En momentos en que Occidente es acusado por gran parte del Sur Global de aplicar dobles raseros en su respuesta a Gaza, debe evitar que se considere que ignora el orden legal que busca defender en Ucrania. Después de todo, el mayor beneficiario de los bienes públicos globales del sistema basado en reglas es el propio Occidente. Como señala el BFPG, las sanciones ya están conduciendo a la creación de nuevas realidades geopolíticas, catalizando la separación del mundo económico, tecnológico y financiero en esferas de influencia “oriental” y “occidental”. En la medida en que la fragmentación financiera global conduzca a mayores costos de endeudamiento, eso sólo aumentará las presiones sobre los gobiernos occidentales altamente endeudados que buscan aumentar el gasto en defensa.
Mientras tanto, el mayor riesgo es que el enfoque de Occidente en las armas financieras se haya convertido en una actividad de desplazamiento para desviar la atención de su incapacidad para entregar las armas reales que Ucrania necesita para ganar la guerra. Eso comienza con los 60 mil millones de dólares de ayuda militar prometidos por el presidente Joe Biden, que están siendo bloqueados por los republicanos en el Congreso. Estados Unidos tampoco es el único que no logra hacer coincidir las palabras con la acción. ¿Por qué Corea del Sur ha entregado hasta ahora más municiones a Kiev que toda Europa y Estados Unidos juntos? ¿Por qué la UE ni siquiera pudo cumplir su propia promesa de entregar un millón de proyectiles para finales de 2023? ¿Por qué, dos años después de la guerra, Rusia está produciendo el doble de equipo militar que todo el sector de defensa occidental? ¿Dónde están los F-16 y los misiles de largo alcance que Ucrania ha estado pidiendo?
Los ucranianos, qué les voy a contar, quieren que le roben todo a Rusia. Con su historial de tres décadas al fondo de las clasificaciones internacionales de corrupción y una economía basada en la prostitución, la regulación tardosoviética más chunga y las mordidas, saben bien de lo que hablan.
Bloomberg News pasa de puntillas sobre el mismo terreno metafóricamente minado en este artículo sobre los conflictos trans-atlánticos, respecto a la conveniencia de mearse en siglos de leyes internacionales porque Putin Caca. Es obvio que Francia, mientras por un lado se da grandes golpes de pecho sobre la necesidad de enfrentarse a Rusia, es por otro lado el líder o al menos co-líder del grupo de países de la UE que no quieren ser señalados como ladrones de divisas.
Por eso, añade Bloomberg, se están presentando opciones creativas, que ofuscarían la realidad de los hechos y permitirían a los sospechosos habituales alegar que no, que se han confiscado las reservas rusas, sino fiduciaempalancadosubrogadopignorado como garantías para mayores pagos a Ucrania, o alguna otra entelequia histórico-financiera que acabe triunfando en Bruselas. Bloomberg lo dice más elegantemente también, oigan, un poco como Nixon:
Los funcionarios y abogados del G-7 están examinando una variedad de opciones que pueden ofrecer a los líderes nacionales en su reunión de junio en Italia, ya que cualquier medida requerirá una decisión política al más alto nivel, dijeron los funcionarios.
Todas las propuestas conllevan riesgos de algún tipo. Algunos implican el uso de activos rusos como garantía para recaudar efectivo, a través de ventas de bonos emitidos por Ucrania o dirigidos a ella. Si bien eso evitaría la apariencia de una incautación total, en última instancia plantea las mismas objeciones legales: porque los activos tendrían que cambiar de manos en primer lugar antes de que pudieran usarse como base para una nueva recaudación de fondos.
Una solución alternativa que se está planteando, y que podría resultar más aceptable para quienes dudan, implica utilizar el capital sin aprovecharlo. La idea –como la esbozó Charles Lichfield del Atlantic Council– es que los gobiernos del G-7 proporcionen una “garantía” a los mercados de que los activos congelados no serán devueltos a Rusia a menos que acepte pagar el costo de la reconstrucción de Ucrania.
Básicamente, estarían prometiendo que, si fuera necesario, se apoderarían de los activos en el futuro para pagar los préstamos de Ucrania. De esa manera, pueden proporcionar garantías a Ucrania sin tocar los activos en cuestión –por ahora– y evitar ese peligro legal. Mientras tanto, los acreedores que aportaran efectivo a Ucrania sobre la base del plan sabrían que los activos rusos respaldaban en última instancia sus préstamos.
En opinión de los Estados Unidos, las llamadas “contramedidas” ofrecen una base jurídica para una futura incautación. Ese término se refiere a medidas que serían ilegales si se impusieran contra un Estado que no ha violado sus obligaciones internacionales, pero que están permitidas si se toman contra un Estado infractor, con la intención de presionarlo para que ponga fin a una conducta ilegal y proporcione una compensación. Si la presión falla, los activos en cuestión pueden utilizarse para financiar las reparaciones.
Algunos expertos legales han presentado este argumento, pero varias naciones europeas siguen sin estar convencidas, al igual que se han opuesto a una incautación más directa que Estados Unidos considera una opción “más limpia”.
Otros caminos considerados incluyen dejar los activos intactos y usarlos como garantía para bonos vendidos en los mercados globales para recaudar fondos para Ucrania.
A la espera de una política más ambiciosa, la UE avanza lentamente con planes para un impuesto sobre las ganancias extraordinarias generadas por los fondos inmovilizados. El miércoles, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, sugirió utilizar esos ingresos para financiar armas para Ucrania.
Los beneficios ascendieron a 4.400 millones de euros (4.800 millones de dólares) el año pasado. En diciembre, el Banco Mundial estimó las necesidades de reconstrucción de Ucrania en 486.000 millones de dólares.
DEL ARCHIVO:
Los problemas de Grifols se acentúan
A mí Grifols me da igual. Los conocí en la calle. Como corresponsal, tuve muy poco contacto con una compañía en un sector de interés muy limitado, de tamaño medio y con poco tirón entre mis lectores extranjeros. A mí, en sí mismos, los problemas de Grifols me interesan poco. Pero creo que iluminan mucho sobre cómo se cuecen habas en el sector corporativo español.
Hace unos días, la ejecutiva de Grifols tuvo la ocasión de explayarse en lo que los cosmopaletos llamamos un “conferens col”, una reunión con analistas por teléfono en la que la compañía presenta tal cosa (resultados, perspectivas, un adquisición) y luego los analistas aprovechan la “kiuandei” para hacer preguntas que los ejecutivos agradecen efusivamente (“muchas gracias por la pregunta, señor Fulanito”) y luego responden como pueden.
Esto es un ritual de los mercados financieros como el vino y la hostia son un ritual religioso. Todo el mundo que participa sabe cómo funciona, todo está coreografiado. Por eso, cuando also sale mal, algo chirría, eso llama la atención. Y la verdad es la que la conferens col de Grifols salió como el culo, lo que resultó en una caída de la acción del 35% aquel día. Los analistas de Bankinter, que participaron en el evento, salieron sorprendidos porque Grifols no acaba de explicar cómo y por qué mueve “otros activos financieros no corrientes” a una compañía externa, BPC Plasma, que consolida en sus cuentas “a pesar de no tener participación accionarial”.
¿Lo qué? Todo esto suena raro, yo que quieren que les diga, y si algún representante de Grifols me quiere llamar para explicármelo, guay. Y que explique de paso por qué la auditoría de Grifols “no está firmada por el auditor, es decir, no incluye la carta de opinión del auditor”, y por qué decidió cambiar de auditor justo en medio de esta tormenta de mierda, de KMPG a Deloitte. Porque ese cambio me suena al día que el yerno de Andrés Pajares fue a su casa a discutir con él, y el bueno de Andrés aprovechó para sacar una pistola de un cajón, como explicó él mismo en “Sálvame,” para “limpiarla un poco” mientras charlaban.
No hay ninguna prueba de que Grifols haya cometido ninguna ilegalidad, pero la empresa no acaba de convencer a los inversores, vista la evolución de sus acciones. ¿Saben a quién sí convenció? A la Comisión Nacional del Mercado de Valores, que lleva semanas analizando las acusaciones contra Grifols del fondo bajista Gotham City, sin haber dicho esta boca es mía, y pasó las dos anteriores décadas sin decir esta boca es mía sobre las rarezas de Grifols. Por cierto, que los analistas de Bankinter y otros, que ahora son tan audaces llamando la atención sobre estos temas, también estuvieron callados hasta que Gotham City abrió la boca.
Otra persona a la Grifols convenció fue James Costos, ex embajador de EEUU, al que metió en el consejo de administración por motivos que ellos entienden. Costos luego se escaqueó de firmar la contabilidad de la empresa, una de las responsabilidades fiduciarias que le corresponden a cambio de recibir los dineros, pero al final hizo, por citar a Spike Lee, “the right thing”, explica Agustín Marco en El Confidencial:
Según aseguran fuentes próximas al grupo catalán, James Costos, el miembro del consejo de administración que no rubricó los estados contables, ya ha refrendado con su nombre y apellidos el informe anual de la multinacional, cuya credibilidad se ha visto amenazada por el inversor bajista Gotham City Research.
Según estas fuentes, Costos, exembajador de Estados Unidos en España entre 2013 y 2017, ya ha aprobado el balance y los resultados de Grifols el pasado año, cuyos números estaban adulterados por operaciones cruzadas con las sociedades patrimoniales de la familia. El diplomático, que en España también es consejero y presidente de Secuoya, la productora de cine y televisión, ha querido dejar claro que no ha puesto ninguna pega al informe de auditoría y que, como el resto de consejeros, respalda la gestión de los administradores.
La compañía justificó la ausencia de la firma de Costos, cuyo asiento es de carácter independiente, "por motivos personales", al no poder acudir a la reunión del consejo de administración celebrada el miércoles pasado en Barcelona. Además, añadió que Costos no había manifestado "disconformidad ni oposición alguna con la documentación remitida", según figura en el informe anual remitido a la Comisión Nacional del Mercado de Valores.
DEL ARCHIVO:
El interminable debate sobre la energía nuclear
Cuando hay un mapa mundial en tonos verdes, y tu país aparece marcado en rojo, malo. No siempre, es verdad que hay excepciones, pero en general: malo.