Tirar dinero en series caras que no va a ver nadie: el curioso modelo de negocio de Apple TV
Apple TV tiene un modelo de negocio único y hasta emocionante; ya está a punto el robot que le aplastará la cabeza al de ChatGPT; buenas noticias para las farmacéuticas
Pongámonos artísticos por un momento, con este artículo de Los Angeles Review of Books explicándonos por qué una de las mayores compañías del mundo tiene un modelo de negocio que incluye tirar miles de millones de dólares a la basura en hacer series que casi nadie va a ver y películas que probablemente no van a cubrir sus presupuestos de rodaje y distribución.
La explicación es, a un tiempo, sencilla y compleja. La versión sencilla es que las series funcionan como largos, barrocos anuncios de Apple en los que los personajes constantemente usan productos de Apple en situaciones en las que los presentan como lo que son: marcadores de lujo asequible, de pertenencia y/o aspiración de pertenencia a la clase medio alta; y cuando la publicidad encubierta de este tipo es imposible, la pantalla se llena de manzanas buscando el impacto subliminal; literal (las traducciones son mías):
Las manzanas ensucian el corpus de Apple TV+. Aparecen en las secuencias de títulos de Mr. Corman (2021), The Essex Serpent (2022) y Silo (2023–). Los personajes los saborean significativamente en Foundation (2021–), The Changeling (2023–) y muchos otros programas. La fruta asocia astutamente lo que de otro modo no estaría relacionado: en el Silo postapocalíptico, las manzanas se colocan en tumbas como alimento para vidas futuras que aún están por venir; en Killers of the Flower Moon (2023), anfitriona del Oscar, se colocan encima de tumbas, presumiblemente por la misma razón.
A primera vista, estos podrían parecer poco más que guiños sutiles a los fanáticos de Apple, huevos de pascua para recordar incluso a aquellos que se preocupan por darse cuenta de que, después de todo, esto es solo entretenimiento. Es divertido preguntarse qué hacen estos programas de Apple, pero seguramente extrañaremos el huerto de los árboles si pensamos que Cupertino se preocupa demasiado por estos frutos al alcance de la mano.
Esta forma de leer las manzanas de Apple depende en parte de la suposición comúnmente aceptada de que las leyes del género siguen siendo nuestra mejor guía para el cine y la televisión. Los estudios y los streamers pueden marcar su contenido, pero lo hacen de manera sutil y discreta para no impedir el disfrute de esos posibles millones que se encuentran con ganas de tal o cual narrativa familiar. Nadie se hunde en el sofá al final de un largo día y se pregunta si está de humor para Netflix o Apple. O al menos los críticos no creen que nadie lo haga.
Es decir: Apple TV ha aceptado que la gente quiere series, no quiere necesariamente “Apple TV”. Si las series llegan con “Roscón TV”, a la gente le da igual. De todos modos, es importante tener en cuenta que el tradicional “producto placement” (no manzanas, sino puros productos de Apple con logos bien visibles) sigue teniendo su lugar en el corazoncito de los ejecutivos de Cupertino, la sede central de Apple:
En 2019, The Wall Street Journal descubrió que los productos de Apple eran “visibles en un promedio de 32 tomas de cámara por episodio”. En la primera temporada de The Morning Show (2019–), por ejemplo, “un logotipo de Apple es visible en aproximadamente un tercio de esas tomas”. Las marcas rivales son escasas y el iPhone es, con diferencia, el que recibe más atención. ¿El motivo de estas colocaciones? El Journal cita a un experto en marketing que estima su valor en “decenas de millones de dólares” por episodio. “¿Qué tan astuto es para Apple entrar en el negocio de contenidos?” pregunta un segundo experto. "¿No preferiríamos ver un programa con el producto que ver los anuncios?"
Teniendo en cuenta las cifras comparativamente pequeñas de TV+, no es obvio que así sea. Los expertos de la industria menos enamorados de la habilidad de marketing de Apple se han preguntado por qué una de las empresas más valiosas del mundo opta por perder miles de millones anualmente en un servicio de streaming. La respuesta más común hasta la fecha es familiar para la industria tecnológica en general: TV+ pierde dinero ahora para acumular participación de mercado que podría monetizar más adelante.
Sin duda, Apple espera que su apuesta sea rentable; TV+ es uno de los pocos “servicios” cuyas rentas mensuales, espera Cupertino, compensarán las caídas de rentabilidad en la fabricación del iPhone. Pero cualesquiera que sean las ganancias que eventualmente genere TV+ seguirán siendo pequeñas en relación con el negocio general de Apple. Y pasamos por alto la importancia del streaming para ese negocio si asumimos que conocemos la diferencia entre “un programa con colocación de productos” y “un anuncio”.
Esta es la explicación más complicada: que Apple ha integrado sus negocios de streaming y dispositivos con una sofisticación desapercibida. Los programas de TV+ no nos instan a comprar productos Apple simplemente haciéndolos visibles. No es que los medios que no son de Apple quieran escenas con iPhones y otros dispositivos Apple; la idea de la empresa es que sean el agua en la que nadamos diariamente:
TV+ dota a estos objetos ubicuos de un significado dinámico. Gestiona sus significados culturales y, por extensión, los significados del trabajo, el hogar, el amor y la familia. Esa gestión de marca es fundamental para casi todos los programas de TV+. No es un insecto añadido, un gusano en una manzana por lo demás prístina; es la característica central de la fruta.
Lo que están ofreciendo es una máquina de marketing como nunca antes habíamos visto, una para la cual los inventarios de colocación de productos son totalmente inadecuados. Se ofrece un mundo organizado en torno a Apple desde cero. Y ese no es menos el caso cuando el iPhone, sobre todo, está físicamente ausente pero todavía está muy implícito en un programa determinado.
El ejemplo que pone LARB es Fingernails (2023), una película de 35 mm aparentemente “independiente” y conscientemente menor de Apple TV. Escrita y dirigida por Christos Nikou (cuya primera película, de 2020, se llama, de verdad de las buenas, “Manzanas”), la película muestra un mundo alternativo sin productos de Apple en el que los “institutos del amor” enseñan a las parejas cómo fortalecer su lazo amoroso.
En ausencia de estupendos iPhones, los expertos de este instituto han de inventar complejas, aparatosas máquinas que ayudan a las parejas, y agotadoras pruebas físicas para reforzar los lazos, incluyendo saltos en paracaídas y sesiones de electroshock. Es un mundo en el que uno echa de menos tener un móvil, qué quieren que les diga.
Lo mismo ocurre con una de las mejores series de Apple TV, “Severance”, que presenta un mundo presuntamente contemporáneo de baja tecnología pero en general reconocible, en el que los teléfonos con cable y televisores anticuados establecen la mediocre base sobre la que se destaca un invento alegórico e inhumano que no desvelaré.
Aún ausente, la manzana, y los productos de la manzana, escribe el LARB, “juegan en estas producciones un papel fundamental, menos como emblema del pecado que como objeto de consumo amado que vincula una vida inventada con una vida real”. Su triste, duro mundo tiene un vacío en el centro, y ese vacío no lo tiene usted, televidente, que puede echarse mano al bolsillo y sacar un supercomputador en cualquier momento.
Cómo me gusta esto de ponernos artísticos. No olvidemos, por otro lado, que esta acumulación de series en la librería digital de Apple TV también redunda en potenciales beneficios fiscales, si la compañía al final decide destruirlas para ahorrar impuestos, como ya expliqué hace unos meses, en referencia a las prácticas de Disney+ y otros rivales en el loco mundo del streaming:
La razón de Disney+ para esconder Nautilus en un cajón, la reducción de costes, está relacionada con un plan de eliminación de contenidos diseñado para ahorrar US$1.500 millones de dólares; al reducir el valor de la librería de contenidos de la empresa, que representa gran parte de sus activos, se reduce sustancialmente el valor contable, lo que resulta en muchos menos impuestos que pagar. Vivan los abogados.
Terminator viene también a por tu trabajo, currante de almacén
Trabajé en un almacén de logística en Sydney, Australia, varios meses de 1997. Recuerdo el periodo con mucho cariño, a pesar del shock de la contemporánea muerte de Lady Di en París, al otro lado del mundo: nos pagaban muy bien las horas extras, y mi jefe Spa (italo-australiano, era contracción de Spalleti o Spalleri o algo así) era de los más encantadores que he tenido.
El almacén en el que trabajábamos era tan grande que mis compañeros siempre encontraban esquinas en las que sestear sin que les viera el bueno de Spa, que a veces se hacía un poco el tonto: uno se hizo experto en hacerse cobertijos, para mayor privacidad, con cajas vacías; otro, un irlandés aspirante a actor, recorría los pasillos practicando monólogos de Shakespeare y lo que cayera; el sol primaveral caía justo en una esquina muy cuca de la entrada, donde podías comer tu bocata en paz.
Este tipo de mini-paraísos para la gente sin título universitario llevan mucho tiempo, como no podía ser de otro modo, en el punto de mira de las corporaciones obsesionadas con la eficiencia y el aumentar la rentabilidad un 0,1%. La idea es que los robots pueden reemplazar eficazmente a los mochileros europeos y el lumpenproletariado de las Antípodas y otros lugares, y todos sabemos que la idea eventualmente funcionará.
¿Cuándo? Parece que pronto. En febrero, la empresa de robots humanoides del inventor Brett Adcock, Figure AI, cerró una ronda de financiación 'Serie B' de 675 millones de dólares, que valoró a Figure en 2.600 millones de dólares, con el objetivo de vender "decenas de miles de millones" de sus robots y darnos a todos los demás una patada en el culo.
Como escribió en Substack un experto en temas de inteligencia,Adcock ha afirmado que la empresa de robótica humanoide que gane el mercado se convertirá, con diferencia, en la corporación más grande del mundo. Lleva razón, y por eso los inversores le escuchan y le llenan los bolsillos de billetes.
El canal de YouTube de Figure ha demostrado cómo los robots de la compañía caminan lentamente, operan una cafetera y, desde la semana pasada, mueven una paleta sobre una cinta transportadora. Eso lo hacen mejor de lo que lo haría yo, y no es por pura exhibición: Figure parece estar en contacto con el gigante minorista Amazon, la corporación malvada por excelencia en dura competencia con Google, con el objetivo de reemplazar a los trabajadores de almacén con robots en modelo de suscripción.
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El modelo de suscripción es un tema novedoso. Según Adcock, cada uno de sus robots equivaldrá a 3,3 trabajadores humanos, ya que pueden trabajar 20 horas al día, 7 días a la semana: “Así que estamos ante un robot que puede tomar en lugar de 3,3 humanos, y cada humano ganaba 100.000 dólares, con la carga completa de atención médica y beneficios, impuestos y seguros. Así que un robot puede trabajar por el equivalente de una suscripción 330.000 dólares”.
Por supuesto, el robot no está sindicado y no toma descansos para almorzar. Si funciona como debería funcionar, es el final, amigos. Hace unas semanas escribí sobre el mundo de ChatGPT que se nos viene, y como el CEO de esa empresa, Sam Altman, tiene puntos para acabar como un malo de película:
Me mola también la forma despectiva en la que se refirió a la gente que trató de despedirle hace unos meses, en plan palurdos que no entienden la grandeza de lo que Altman intenta conseguir. Yo si fuera él guardaba una copia del artículo para enseñársela a Terminator, cuando me esté agarrando del pescuezo y me dé la pausa de tres segundos que te dan en las pelis de Hollywood para objetar a tu inminente ejecución.
No acababa de imaginar qué compañía fabricaría al robot que agarrará del pescuezo a Sam. Ahora sé que Adcock lo hará con todo gusto, y a un precio razonable.
Este tipo, Adcock, desde luego que también es un malo de película. Sus cálculos son que con vender 10 millones de sus robots tendría suficiente para lograr aproximadamente un billón de dólares (sí, billón) en ingresos anuales recurrentes (ARR), bajo el supuesto de que puede cobrar aproximadamente 90.000 dólares al año por cada humanoide. ¿Compraría usted acciones en esa empresa, con esa rentabilidad? Vaya que no.
Me habría gustado darles más detalles sobre quién ha estado investigando a Figure, y otras cosas que ha hecho la empresa. Pero no puedo: el experto en temas de inteligencia que cité al principio ha tenido que retirar el artículo que publicó, después de haber sido apercibido por los abogados de Figure de que la información que publicó no es, en efecto, pública.
¿Qué puede salir mal, eh, cuando juntas a una empresa desesperada en lograr súper-inteligencia con una empresa desesperada en crear súper-humanoides, armada de abogados hasta los dientes? Moriremos todos, está claro, pero los que inviertan en el ganador de esta carrera lo harán mucho más ricos.
Buenas noticias para las farmacéuticas
No todo van a ser problemas para las farmacéuticas, ahora que funciona a medio gas la fábrica de billetes verdes que era el negocio de las vacunas del Covid. Hay más segmentos de crecimiento, como por ejemplo la venta de pastillas contra la depresión, que sube sin freno en todo Occidente. Islandia, la isla en tinieblas, es número uno desde siempre, pero fíjense en la línea roja de abajo, el Reino Unido, y cómo sube rápido. Mención destacada también al país de fado, Portugal.
Hay que hacer algo con los estúpidos fachas de Hungría, que parecen necesitar menos pastillitas. Esos coches de lujo para ejecutivos de las farmacéuticas no se pagan solos.
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