No tan breve historia de las sanciones económicas
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Tom Stevenson escribe en el London Review of Books sobre la historia de las sanciones económicas, y encuentra una asimetría sorprendente en la economía global. En términos de comercio y PIB, el mundo tiene tres polos: Estados Unidos, la UE y China. Pero, en el sistema financiero internacional, un solo estado tiene un poder abrumador: EEUU.
La gran mayoría de los pagos transnacionales se enrutan a través de bancos estadounidenses. Los bonos del Tesoro de EEUU son el activo de reserva de facto en todo el mundo. La Fed es el proveedor global de liquidez en tiempos de crisis. Las economías nacionales responden en un abrir y cerrar de ojos a la política monetaria estadounidense. Gigantescas instituciones financieras estadounidenses y europeas, con sede en su mayor parte en los EEUU, controlan una gran parte de la actividad corporativa internacional. Nueva York es en efecto la sede organizativa del capitalismo global.
EEUU funciona como el importador mundial de último recurso, absorbiendo los excedentes comerciales de Europa y China; la clase trabajadora estadounidense paga el precio, y el poder reside en DC. Washington controla el acceso al sistema financiero internacional. Así como un bloqueo naval niega el acceso a los mares, las sanciones de EEUU se basan en el poder de monopolio sobre un bien común global: la moneda de reserva mundial y el medio de intercambio. Las sanciones también son un arma.
Como componente de la estrategia estadounidense, a menudo se considera a las sanciones una alternativa a la violencia militar, y prometen, en palabras de un editorial reciente del Washington Post, “el logro de objetivos de política exterior sin el uso de la fuerza armada”. En realidad, las sanciones suelen acompañar la acción militar (Libia en 2011, Siria a partir de 2012) o son un preludio de la misma (Haití en 1994, Bosnia en 1993, Kosovo en 1999, Afganistán en 2001, Irak en 2003).
Las sanciones han sido durante mucho tiempo el primer recurso de la política exterior de EEUU, escribe Stevenson (la traducción es mía):
Durante el segundo mandato presidencial de Obama se declararon 2.350 nuevas sanciones. Durante el mandato de Trump hubo 3.800. El sistema actual de armamento financiero estadounidense se desarrolló junto con el estado de seguridad en rápido crecimiento durante la guerra contra el terrorismo. El Tesoro, deseoso de mantenerse al día con el aparato de seguridad nacional, buscó formas de contribuir. Ideológicamente, las sanciones complementaron los argumentos contra los “estados criminales” de la década de 1990. Al amparo del consenso de la ONU, se aplicaron con efectos devastadores en Irak, donde las pretensiones de coerción pacífica resultaron en cientos de miles de muertes de civiles.
Cuando Irak invadió Kuwait, las sanciones se basaron en un embargo sobre el petróleo iraquí, pero después del 11 de septiembre se implementaron nuevos métodos. Una combinación de decretos presidenciales y disposiciones de la Ley Patriota obligó a los bancos a proporcionar inteligencia financiera al Tesoro de los EEUU. Swift, la principal red mundial de pagos interbancarios, acordó en secreto entregar los datos de las transacciones al gobierno. La sección 311 de la Ley Patriota le dio al Tesoro el poder de cortar el vínculo entre el sistema financiero de los EEUU y jurisdicciones nacionales enteras. Dado que los bancos internacionales dependen casi en su totalidad de la infraestructura financiera de Estados Unidos, ésta fue una innovación significativa. Excluir a los países del sistema bancario se convirtió en la pena capital del mundo financiero.
¿Cómo se veía esto en la práctica? Irán había sido objeto de una congelación de activos después de la revolución de 1979. Estados Unidos impuso sanciones comerciales tradicionales durante la guerra Irán-Irak y bloqueó todo el comercio con Irán en 1995. Al año siguiente, un embargo acabó en efecto con la industria del gas natural licuado del país. Pero no fue hasta que las nuevas armas del Tesoro se dirigieron a Teherán que quedó claro cuán potentes podrían ser. En 2006, EEUU comenzó a aislar a los bancos iraníes del sistema monetario internacional. En 2011, el gobierno de Obama lanzó una “ofensiva de sanciones”. Las exportaciones de petróleo, los puertos, la industria petroquímica y el banco central de Irán fueron atacados; los bancos iraníes quedaron aislados de Swift. Fue un completo estrangulamiento financiero.
Los aliados de EE. UU. (Reino Unido, Francia, Alemania, Japón, Corea del Sur, Australia y Canadá, junto con las monarquías del Golfo) se alistaron para dar una apariencia de multilateralismo. Solo algunas de estas sanciones se levantaron después de que el acuerdo nuclear de Irán entró en vigor en 2015, y se volvieron a imponer cuando la administración Trump se retiró del acuerdo en 2018. Esta vez, los aliados de Estados Unidos se opusieron enérgicamente: los europeos intentaron instituir brevemente un sistema de pagos alternativo.
Aquí hay un vídeorreportaje (en inglés) de Vice News sobre Irán bajo las sanciones. Incluye un segmento que casi hace llorar, sobre una compañía privada de fabricación de yates en el sur de Irán que empezó a recibir pedidos de diferentes partes del mundo… hasta que EEUU avisó a los posibles clientes de que las sanciones cubrían la compra de barcos y la financiación de tales operaciones, y se quedaron todos en la calle. Sigue Stevenson:
En 1979, el PIB per cápita de Irán era ligeramente superior al de Turquía. Ahora se sitúa en menos del 25 por ciento, a pesar de una sucesión de rupturas gubernamentales y crisis económicas en Ankara. La trayectoria de la economía iraní se ha parecido más a la de Irak, que sufrió una década de brutales sanciones tradicionales seguidas de una conquista total y una guerra civil. En el caso de Irán es difícil desentrañar las causas, ya que la política revolucionaria tuvo sus propios efectos. Pero el castigo financiero de la era Obama de 2011-12 fue responsable de una caída inmediata del PIB iraní, acabando con un tercio de la actividad económica. En “The Art of Sanctions: A View from the Field” (2017), el exdirector de asuntos iraníes en el Consejo de Seguridad Nacional, Richard Nephew, describió las sanciones como basadas en 'objetivos para la imposición del dolor', acompañadas de instrucciones que establecen ‘condiciones necesarias para la eliminación del dolor’. Es el esquema del torturador, tomado directamente del manual de la guerra contra el terrorismo. (Hasta diciembre, Nephew fue el enviado especial adjunto de Biden a Irán).
El término “sanciones económicas” no logra captar la naturaleza de estas medidas: son un bloqueo financiero total, que detiene los flujos que permiten el funcionamiento de una economía. Cuando la UE impone "sanciones" a los empleados del contratista militar ruso Grupo Wagner, o considera imponerlas al líder serbobosnio Milorad Dodik, estas son formas de presión diplomática. Las restricciones del Reino Unido a las empresas estatales de Bielorrusia son sanciones económicas, pero en realidad son una sanción industrial, a diferencia del armamento financiero que manejan los EEUU.
Bloquear el acceso a las redes financieras de Londres es un gran inconveniente, pero difícilmente se puede comparar con cortar el acceso al propio sistema financiero internacional. La UE afirma que ejecuta un "régimen de sanciones totalmente autónomo" al servicio de "salvaguardar los valores de la UE". Pero, en su mayor parte, sus sanciones, y las del Reino Unido, se aplican junto con el poder de EEUU. La estructura de las finanzas internacionales significa que incluso los bancos más grandes no pueden permitirse provocar la ira estadounidense.
Volviendo a Irán. Cuando era corresponsal del Wall Street Journal, estuve planeando escribir un artículo sobre los grandes planes de la petrolera española Repsol para cuando las sanciones al sector petrolero se levantaran. Todo el tiempo me hablaban de sus esperanzas, y las de muchas empresas europeas locas por hacer negocios en Irán. En 2018, lo poco que se hacía se dejó de hacer cuando Trump reforzó las sanciones a Irán.
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