Los enemigos de la humanidad declaran bancarrota, para irse de rositas
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Es difícil condenar a todos los miembros de una familia por algo que ha hecho sólo un miembro de la familia, o como mucho un puñado de ellos.
El anti-franquista más ardoroso tendrá problemas para atacar a todos los descendientes del viejo dictador, aunque la mayor parte todavía se beneficien de las rentas que Francisco Franco acumuló (por lo que sabemos, menores que las que ha acumulado, por ejemplo, el ex presidente socialista Felipe González). Es por ello que me resulta un poco exagerado llamar “enemigos de la humanidad” a toda la familia Sackler, aunque igual algún lector se vea forzado a hacerlo tras leer lo que voy a detallar.
Los Sackler son fundamentalmente una dinastía sofisticada del tráfico de drogas. Pablo Escobar pasaba cocaína a EEUU, y al final acabaron matándole. Algunos de los Sackler montaron una gran empresa farmacéutica que, en lugar de producir y contrabandear opiáceos que luego son distribuidos por las esquinas de barrios marginales por matones de poca monta, organizó una eficiente y legal distribución de opiáceos en pastilla que ha causado horribles adicciones, sufrimiento y muerte a decenas de millones de personas.
Habrá quien admire a los Sackler, por su capacidad para trabajar dentro del sistema, sobornar convencer con argumentos espurios al regulador farmacéutico estadounidense, la muy controvertida FDA, y contratar a una empresa de relaciones públicas que se asegura de que, en su página de Wikipedia, los Sackler – cuyos sueños deberían estar llenos de sangre hasta arriba – se presenten como “filántropos”: una palabra que empieza a parecer código para “enemigos de la humanidad”, la verdad; y ahora, por su habilidad para salir indemnes de todo esto. Yo no puedo admirar a alguien que ha causado tanta destrucción y tanto dolor, sin necesidad alguna, con tan pocos escrúpulos, sólo para ganar dinero.
La historia de los Sackler está muy bien resumida en este artículo de la revista británica The Spectator, que puede ser revulsivo para según qué personas delicadas. Todas las traducciones son mías:
La semana pasada me alojé en un hotel genial en medio de San Francisco. Cuando salí a buscar café por la mañana, me encontré con un hombre con los pantalones bajados mientras se inyectaba en la ingle. Un hombre mayor cercano usó la calle como baño, agregando excrementos humanos al pavimento. Una mujer se desplomó, el cabello enmarañado sobre su rostro por el calor.
Estas inquietantes escenas de desesperación humana estaban al lado de un elegante centro comercial en la ciudad con más multimillonarios per cápita del planeta. San Francisco vio casi tres veces más personas muertas el año pasado por fentanil, un opioide ultrapotente muchas veces más fuerte que la heroína, que quienes murieron a causa de Covid. Y esta soberbia exposición señala directamente con el dedo a una familia: los Sackler, que se hicieron increíblemente ricos mientras se escondían detrás de la fachada de su firma privada y buscaban blanquear su nombre con donaciones a galerías de arte, museos y universidades.
La saga de la epidemia de opioides en Estados Unidos es familiar ahora, incluso si muchas personas aún no comprenden el alcance espantoso de la devastación, y mucho menos cómo este trágico torbellino fue provocado por los médicos que distribuían medicamentos. Ha habido casi un millón de muertes por sobredosis desde que Purdue Pharma lanzó OxyContin, su medicamento para aliviar el dolor supuestamente seguro, en 1996, y el número aumenta cada año.
De forma superficial, se podría hablar de una dinastía fabulosa que comienza con inmigrantes pobres en Brooklyn y termina con multimillonarios que, tres generaciones después, se quejan de ser leprosos sociales. Los Sackler representan el lado oscuro del sueño americano, habiendo ingresado US$13.000 millones por sus nefastas actividades. Pero “Empire of Pain”, un libro reciente de Patrick Keefe sobre esta saga, es también una acusación brutal a autoridades torpes que sancionaron su comportamiento, abogados y comisionistas buitres que les ayudaron a defenderse de sus opositores, los médicos crédulos que se enamoraron de sus patrones y asesores de primera línea como McKinsey, cegados por la codicia mientras ideaban nuevas tácticas para vender pastillas.
Este poderoso libro, que comenzó con un artículo en el New Yorker, expone un fracaso tóxico del capitalismo y la regulación. Un funcionario involucrado en aprobar el uso de OxyContin terminó con un salario de US$400,000 al año con la empresa un año después. Sin embargo, los Sackler todavía niegan su responsabilidad, a pesar de la quiebra de Purdue Pharma debido a todos los reclamos legales y de pagar una miserable suma de US$225 millones en daños en un acuerdo el año pasado con la administración Trump. Los pelos se ponen de punta en casi todas las páginas.
La primera parte gira en torno a Arthur, el mayor de tres hijos. Era médico, pero también un genio del marketing que transformó la publicidad de productos farmacéuticos. Comenzó con la promoción agresiva de un antibiótico de Pfizer, luego pasó a ayudar a hacer de Valium el medicamento recetado más consumido y abusado del mundo. Keefe sostiene que el "niñito de mamá" fue el modelo para OxyContin, con la expansión de un mercado existente, la manipulación de informes médicos y una fuerza de ventas masiva y altamente incentivada. El carácter egoísta de Arthur se vio en su reacción a un intento de suicidio de su esposa, desesperada por lograr un divorcio después de que alardeó de una amante: "¿Cómo pudiste hacerme esto?", Le preguntó cuando ella recuperó el conocimiento de una sobredosis.
El desarrollo y lanzamiento de OxyContin con sus dos hermanos también se hizo eco de un truco anterior de la firma farmacéutica varias décadas antes. Durante la Guerra Civil estadounidense, la morfina se usó ampliamente para tratar lesiones en el campo de batalla, pero produjo una generación de veteranos adictos. A fines del siglo XIX, el país tenía un cuarto de millón de personas adictas a la droga. Entonces, la firma alemana de Bayer desarrolló una versión refinada llamada heroína, comercializada como una alternativa más segura con todos los beneficios del opio pero sin ninguno de los inconvenientes. De hecho, era seis veces más fuerte y altamente adictivo. La empresa tuvo que dejar de fabricar la droga en 1913.
Los Sackler realizaron un truco similar con la oxicodona, otro opioide sintetizado en Alemania. Descubrieron en una investigación de mercado que esta droga tenía menos estigma que la heroína y los médicos la consideraban erróneamente más débil que la morfina. Encontraron un recubrimiento que, según afirmaron, liberaría lentamente el contenido durante 12 horas y evitaría el riesgo de adicción, luego promovieron una nueva industria para el manejo del dolor junto con su píldora. Pero su droga era fácil de abusar y, además, como sabían, en realidad no duraba 12 horas, por lo que la gente tomó pastillas adicionales.
Con una valentía impresionante, cuando la patente se agotaba, Purdue ofreció una píldora reformulada con una capa más resistente como solución al abuso que habían negado que estuviera vinculado a su producto durante tantos años. Al no poder depender de OxyContin para alimentar la adicción, muchos usuarios recurrieron a la heroína callejera impulsada por los cárteles mexicanos, ahora a menudo suplantada por el fentanilo.
Los Sackler parecen asombrosamente insensibles. Richard Sackler, una figura clave que impulsó el marketing agresivo, testificó bajo juramento que la primera vez que su empresa se enteró de un abuso fue en 2000. Sin embargo, el equipo de ventas estaba dando advertencias del año posterior al lanzamiento de OxyContin, mientras se llenaban los informes de campo. con cientos de referencias a 'valor en la calle', 'snort' y 'crush'. Cuando otro miembro de la familia le envió un recorte de prensa en 2001 sobre 59 muertes en un solo estado relacionadas con su droga, él respondió: “No es para tanto. Pudo haber sido mucho peor ". Luego le preguntó a un amigo por qué los adictos merecían simpatía, ya que" son criminales ".
Un estudio encontró que cuatro de cada cinco consumidores de heroína comenzaron abusando de analgésicos recetados. Otro encontró menos sobredosis en cinco estados con políticas de prescripción más estrictas. En una escalofriante viñeta, Keefe dice que los abogados que preparaban un caso contra Purdue encontraron una foto de 1997 de un equipo de fútbol de una escuela secundaria en la que la mitad de los jugadores habían muerto o se habían vuelto adictos a las drogas menos de dos décadas después.
Los Sackler buscaron comprar respetabilidad con donaciones a instituciones de élite obligadas a llevar su nombre a cambio, como la Universidad de Oxford, la Serpentine Gallery y el Victoria and Albert Museum. Los dos hermanos centrales en este escándalo recibieron el título de caballero honorario de Gran Bretaña, con una dama también entregada a una esposa nacida en Gran Bretaña. Tristram Hunt, director de V&A y exdiputado laborista, hizo caso omiso de las críticas y dijo que estaba "orgulloso de su apoyo". Al año siguiente, los Sacklers fueron comparados en el Congreso con el narcotraficante mexicano Joaquín Guzmán, con la gran diferencia de que "El Chapo" está cumpliendo cadena perpetua y se vio obligado a perder 12.000 millones de dólares. Lamentablemente, los Sacklers siguen siendo libres y fabulosamente ricos, a pesar del tsunami de dolor que han desatado en su país.
El tono digamos poco favorable a los Sackler es habitual en años recientes en la prensa anglohablante. Este artículo en la Radio Pública Nacional, uno de los medios más serios de EEUU, rezuma rabia por los cuatros costados, ante la evidencia de que los Sackler se van de rositas después de toda la muerte y el dolor causado.
El método utilizado para irse de rositas ha sido la obtención de una amplia inmunidad frente a las demandas por opioides vinculadas a su empresa privada Purdue Pharma y su medicamento OxyContin. El juez federal Robert Drain aprobó a finales del año pasado un acuerdo de bancarrota que otorga a los Sackler "paz global" ante cualquier responsabilidad por la epidemia de opiáceos.
El complejo plan se negoció en una serie de intensas sesiones de mediación a puerta cerrada durante los últimos dos años, y otorga inmunidad a los miembros de la familia, así como a cientos de sus asociados, y su imperio restante de empresas y fideicomisos. El coste ha sido US$4.300 millones, y la pérdida de la propiedad de Purdue Pharma. Para que luego vayan a sus hijos a decirle que el crimen no sale rentable: bueno, depende de cuánto hayas ganado con el crimen.
La excusa que dio Drain para aprobar este increíble insulto a la justicia fue que el acuerdo ofrece la oportunidad de ayudar a las comunidades con fondos para el tratamiento de drogas y otros programas de reducción de opioides. El tipo se cree que jamás hemos visto una película de narcos o la serie de TV Ozark, en la que específicamente se utilizan los centros de desintoxicación para lavar dinero procedente de las drogas.
El acuerdo especifica que los Sackler no admitirán haber hecho nada malo aunque, según sus propios cálculos, ganaron más de US$10.000 millones con las ventas de opioides, y seguirán siendo una de las familias más ricas del mundo. Con dos narices, los abogados de la familia enviaron un comunicado a NPR en el que explican que “si bien cuestionamos las acusaciones que se han hecho sobre nuestra familia, hemos adoptado este camino para ayudar a combatir una crisis de salud pública grave y compleja”.
Matt Levine, el columnista estrella de Bloomberg News, también ofreció interesantes detalles sobre el acuerdo de bancarrota aquí. Destaca que los demandantes incluyen a todo tipo de perjudicados por los crímenes de los Sackler, incluyendo familias de víctimas de adicciones, hospitales, fiscales generales estatales, e incluso representantes de niños no nacidos que estaban destinados a sufrir adicción a los opioides.
Todo el dinero que se pedía como compensación en las demandas supera con mucho la fortuna de los Sackler. Esto no es una casualidad: los Sackler extrajeron unos US$10.400 millones de la empresa solo entre 2008 y 2017, lo que, según su propio experto, redujo sustancialmente el "colchón de solvencia" de Purdue. Más de la mitad de ese dinero se invirtió en empresas extraterritoriales propiedad de los Sackler o se depositó en fideicomisos a los que no se podía acceder en caso de quiebra y entidades extraterritoriales ubicadas en lugares como la misteriosa isla británica de Jersey.
Muchos de esos activos no se pueden liquidar fácilmente, porque cómo se van a tomar medidas legales contra un paraíso fiscal. ¿Cuándo se ha visto eso? Como observó correctamente el juez Drain, los fideicomisos pueden aislar los activos del proceso de quiebra. Y aunque la ley generalmente aplicable que rige los fideicomisos de los EEUU permite que tales fideicomisos sean alienados cuando están financiados por traspasos fraudulentos, existen dudas sobre si la ley de Jersey, esa superpotencia que atemoriza al sistema judicial estadounidense, lo permitiría.
Otra cosa que le daba pereza al juez Drain era buscar a los muchos miembros de la familia Sackler que viven en el extranjero, lo que plantea una barrera para que un tribunal estadounidense adquiera jurisdicción personal sobre ellos. ¿Perseguir hasta la muerte al súbdito australiano Julian Assange en el Reino Unido por una acusación retirada por violación en Suecia? Fácil. ¿Buscar a los mayores enemigos de la humanidad en su piso de París? Misión imposible.
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