Los titulares que anuncian en plan rimbombante que Rusia incumple un pago de su deuda externa por primera vez desde 1918 quedan muy bien, rellenan espacio en verano – que ya sabemos que es una temporada complicada para los medios y favorable a los avistamientos del monstruo del Lago Ness, dada la escasez de noticias – y nos dicen muy poco sobre la señal de precios en los mercados financieros.
Al fin y al cabo, es estrictamente falso que Rusia esté en impago de deuda. Lo que ha ocurrido es que al estado ruso se la he impedido pagar unos US$100 millones en intereses sobre un bono estatal que debían haber sido desembolsados el 27 de Mayo. Como las sanciones occidentales prohíben a los bancos procesar pagos rusos, Rusia no ha podido pagar y, al pasar el periodo de gracia de un mes, ha entrado oficialmente en impago.
Esto es la enésima prueba de que el concepto de impagos estatales, tan querido por los popes de las finanzas con residencia en Londres y Luxemburgo, es tan flexible y tan nebuloso como para no tener significado fijo. Y de que, cuando uno ve una de esas listas de impagos soberanos que circulan por Internet, debería estar preparado para poner asteriscos y notas a pie de página por todos lados.
Hagamos historia: el concepto de impago soberano no existió hasta el siglo XX, y hunde sus raíces en el XVIII, que fue cuando el gobierno británico empezó a endeudarse con los financieros de la City de Londres mediante la emisión de bonos. Esto no lo hizo el gobierno de Su Majestad por predilección sino por coste: Londres, el único centro financiero mundial de la época, tenía una gran concentración de capital de mercaderes e inversores diversos, y la posibilidad de que estos financieros prestaran dinero a intereses más bajos de los que recibía, por ejemplo, el rey de Francia de los banqueros resultó en la emisión de masiva de bonos.
Estas emisiones fueron extraordinariamente eficientes porque el Reino Unido acabó ganando las guerras napoleónicas y pagando el capital y los intereses de la deuda. Muchos historiadores han escrito que los bajos intereses logrados de gente como la familia Rothschild coadyuvaron a la victoria británica, y es verdad.
Lo que esto nos dice es que cualquier intento de aplicar el concepto de impago soberano a épocas más antiguas es ridículo. El imperio español del siglo XVI y XVII, como la Francia de los Capetos y Valois en los siglos XIV y XV, se financiaba pidiendo préstamos a banqueros italianos (lombardos, frecuentemente) y alemanes. Estos préstamos se pagaban cuando se podía y, cuando no, se renegociaban, frecuentemente de modo ventajoso para el rey que tenía tropas armadas hasta los dientes. Esto quiere decir que la frecuente acusación de que Felipe II declaró bancarrotas es falsa: lo que hizo fue renegociar los términos de los préstamos (para mutua satisfacción de las partes).
Esto no es una interpretación mía novedosa, sino el punto de vista de numerosos historiadores que han escrito al respecto, por ejemplo en este estudio académico y en este otro. En 2020, se lo intenté a explicar al economista de la tele Juan Ramón Rallo, que respondió con una rara combinación de obcecación e ignorancia que, como he descubierto, es habitual cuando le sacas estudios académicos serios a determinadas personas:
Como le expliqué a Rallo: “Eso es un anacronismo. El concepto no existió hasta el siglo XX, como está bien explicado en los estudios que le comenté. Es como decir que Espartaco era comunista: pues vale. La idea de que Felipe II debió pagar intereses a banqueros alemanes para satisfacer la idea de justicia de economistas del siglo XXI es la reductio ad absurdum del liberalismo”. Reitero lo dicho.
Ya con esto entramos en el campo de los anacronismos sobre impagos. A principios del siglo XIX, todas las repúblicas latinoamericanas recién independizadas de España iniciaron su andadura internacional con impagos de los préstamos que habían recibido de sus patrones británicos, y esto les puso una muy protestante marca escarlata que ya nunca se han podido quitar. Sin embargo, el tema de los impagos internacionales siguió siendo un tema más bien académico hasta bien entrado el siglo XX.
Cuando se creó la tasa Libor, en los años 1960, se diseñó para que un consorcio bancario pudiera hacerle un préstamo al reino de Irán, que jamás había pedido dinero en la City. Una gran potencia como Francia no hizo emisiones regulares de deuda hasta los años 1980. La obsesión sobre los impagos solo se generalizó con el corralito argentino, que tuvo muchas consecuencias pintorescas y negativas paras el pueblo argentino, pero no evitó que Argentina volviera a los mercados de deuda, sin penalización aparente, una década después.
Los puristas de los impagos se llenan la boca hablando de lo importante que es tener una larga trayectoria de seriedad y cumplimiento con tus deudores; es por eso que prefieren olvidar las dos veces en que el Reino Unido cometió impagos de deuda en el siglo XX, algo que jamás se puede citar si no quieres que te miren mal; ambos casos tuvieron consecuencias entre nulas e insignificantes para el crédito internacional del Reino Unido, sí, pero igual ocurrió con los impagos argentinos, que no resultaron en una subida significativa de sus costes de endeudamiento.
Vale. Y entonces, vayamos a la pregunta que nos importa: ¿Qué pasará con Rusia? Pues probablemente muy poco. Esto es lo que nos dice Bloomberg News:
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