Corrupción en Mónaco
El Principado favorito de Hola! esconde muchos, muchos secretos e intrigas
Durante casi dos décadas, informa Bloomberg Businessweek en un laaaaargo reportaje, el hombre al que el príncipe Alberto II de Mónaco le confió su dinero y sus secretos fue un contable que trabajaba a entera disposición del monarca. Aproximadamente una vez al mes se reunían solos en el Palacio Principesco del Principado (esto existe, está aquí en Google Maps) para discutir el funcionamiento del paisito, que viene a ser como un pueblo turístico medio grande de Levante que está entre los Alpes y el Mar Mediterráneo.
Claude Palmero, el contable, se enorgullecía de su discreción. Mantuvo oculta parte de la fortuna de la familia real en Panamá. Cuando la esposa del príncipe excedió su asignación, Palmero equilibró las cuentas. Pagó el apartamento secreto de Alberto de su propio bolsillo, para que nadie pudiera rastrearlo hasta el monarca. Un día de otoño de 2012, tenía un asunto especialmente delicado que plantear a su jefe:
Palmero estaba preocupado por las aspiraciones de los sobrinos de Alberto, los hijos de la hermana mayor del príncipe, la princesa Carolina. Altos y rubios, Andrea y Pierre Casiraghi crecieron bajo la mirada del público y se habían acostumbrado a las historias sensacionalistas sobre sus vidas amorosas y sus desventuras. Los hermanos estaban empezando a buscar formas de dejar su huella y hacer fortuna en su ciudad natal: en la construcción, la tecnología y los helicópteros. Para tener éxito, necesitarían que el gobierno los respaldara. En Mónaco, a todos los efectos, su tío es el gobierno.
Según las notas de Palmero, obtenidas por la policía y vistas por Bloomberg Businessweek, el contador advirtió a Alberto de la amenaza que sus sobrinos representaban para su reinado. Su “negocio de construcción va a causar problemas”, escribió Palmero en su diario. “[Pierre Casiraghi] es muy ambicioso y dice que quiere ganar muchos contratos, que tenemos que pasar por él. Cuidado.” La advertencia cayó en oídos sordos.
Una investigación que duró un año, basada en cientos de documentos que nunca se hicieron públicos, encontró que el gobierno de su tío favoreció regularmente a los Casiraghis durante los últimos 15 años. En 2009, cuando tenían 25 y 21 años, la empresa de los sobrinos comenzó a trabajar en contratos estatales por valor de más de 55 millones de euros (60 millones de dólares). Más tarde, cuando los sobrinos intentaron construir un lujoso edificio de apartamentos cerca del famoso Casino de Montecarlo, Albert intervino para anular una demanda de otro promotor. Cuando su empresa quiso hacerse cargo del servicio exclusivo de helicópteros del país, un funcionario del gobierno abrió un canal secundario que ayudó a la empresa a preparar su oferta con un año de antelación.
Hay que entender que la princesa Carolina ha sido, en gran medida, el activo número uno de Mónaco durante décadas. Hija de la estrella del cine de los 1960s Grace Kelly y el Príncipe Rainiero (un aristócrata de medio pelo con pinta de maitre de restaurante de Antibes, que acabó gobernando Mónaco medio por casualidad) ha estado en las portadas de la prensa del corazón desde su más tierna infancia. El negocio siempre ha sido utilizar una imagen glamourosa para atraer a capitales más bien opacos, lo que explica por qué los hijos de Carolina tienen patente de corso: sin la Fórmula Uno y la fotogénica (aunque ya envejecida) Carolina, a Mónaco le queda bien poco, porque viene a ser como Denia con un casino pequeñajo, pero mucho más caro.
Todo esto lo comprende perfectamente el príncipe Alberto, el hermano menor, soso y medio raro, de Carolina.
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