La solución española: por qué se fusionan BBVA y Sabadell
El politiqueo de las fusiones bancarias españolas; el negocio de los planes Renove; no llores por mí, Italia
Las fusiones bancarias se pusieron de moda en España a finales de los años 1980. Entonces, con un gobierno del PSOE y el país recién entrado en la Unión Europea (que todavía se llamaba Comunidad Económica Europea, qué tiempos de realismo y moderación) surgió la preocupación de que la necesaria apertura del sector de la banca a la competencia extranjera, tenida como mejor en todos los sentidos, llevaría a la práctica desaparición de los banquitos españoles entonces existentes.
Esto llevó a dos décadas de febriles compras de bancos y fusiones, que alcanzaron su punto de máximo drama con dos momentos que llevaron al surgimiento de los dos gigantes de la actual banca española.
En 1993, el Banco Santander compró el Banesto después de que el gobierno interviniera a Banesto para quitarse de encima del banquero Mario Conde, amenaza para el bipartidismo (ésa es otra historia) aprovechando ciertas ventajas en la subasta debidas a la ocultación por los ejecutivos de Santander de detalles escabrosos sobre las deudas con Banesto del abuelo del Rey Felipe VI.
Una década después, Francisco González — con la bendición de José María Aznar — se hizo con todo el poder en BBVA desplazando a las grandes familias vascas que representan la segunda B (de Banco Bilbao) y la V (de Banco Vizcaya) aprovechando el escándalo causado por lo que parecía un mecanismo para el pago del impuesto revolucionario a ETA vía la isla británica de Jersey; tras la victoria de González, consentida por sus rivales, el caso se guardó en un cajón.
Todo esto llevó a la que la banca, los reguladores y los gobiernos españoles hayan aceptado que el sector tienda a la fusión, por defecto, y como solución milagrosa de problemas. En 2010, con el sector de las cajas de ahorro en implosión, casi todas fueron obligadas a llevar a cabo “fusiones frías” con bancos que incrementaron aún más la concentración bancaria. Después cayeron Bankia, engullida por La Caixa, y Banco Popular, víctima del crecimiento despidiado de Banco Santander y su decidida apuesta por el ladrillo en el peor momento posible.
Banco Sabadell lleva años pendiendo de un hilo. Es claramente el más débil de los bancos comerciales españoles, y además políticamente su absorción por un grande con sede en Madrid, como BBVA (tiene doble sede, pero la de Bilbao solo se usa para reuniones protocolarias) es vista como políticamente ventajosa por el bipartidismo. Hay pocas cosas que haya empezado Mariano Rajoy y pueda acabar Pedro Sánchez, pero ésta sería una de ellas: la semana pasada, BBVA confirmó informes de que estaba preparando una oferta por su rival local Banco Sabadell.
Como explica el Financial Times, los tipos altos de interés han impulsado las ganancias de los bancos comerciales españoles, atrayendo compradores a sus acciones durante el pasado año. Sin embargo, para que cuadren los números de BBVA hará falta un recorte de costes significativo (las traducciones son mías):
BBVA puede añadir escala a su negocio español, especialmente en préstamos a empresas más pequeñas. Casi tres cuartas partes de los ingresos del prestamista más grande provienen de fuera de España, principalmente de México y Turquía, según estimaciones de Visible Alpha.
Un esfuerzo anterior para unir los dos fracasó en 2020. Hoy, una combinación crearía el segundo banco más grande del país, con un valor de casi 70 mil millones de euros. Es posible que el BBVA se haya visto impulsado a actuar por los rumores de que el propio Sabadell podría absorber a su homólogo más pequeño, Unicaja.
Los bancos del sur de Europa han sido los grandes ganadores en el sector este año. Los recortes de las tipos de interés del Banco Central Europeo, más lentos de lo esperado, combinados con salidas moderadas de las cuentas de depósito, mejoran las perspectivas para los ingresos netos por intereses. Las acciones de Sabadell han subido más de dos tercios en lo que va del año.
Si embargo, el aumento de la valoración de Sabadell hace que esta combinación sea más difícil de justificar para BBVA. Suponiendo que BBVA busque un operación vía intercambio de acciones para evitar reducir sus reservas de capital, cualquier arbitraje de valoración obvio entre los dos se habrá disipado. Ambos bancos ahora tienen la misma valoración: poco más de siete veces las ganancias futuras, según datos de Bloomberg.
Por lo tanto, la reducción de costes es fundamental para cualquier acuerdo. La rentabilidad esperada sobre capital tangible de BBVA es del 15,5 por ciento este año, o 4 puntos más que la de Sabadell. Este último tiene una relación costes-ingreso de alrededor del 51 por ciento, muy por encima del 42 por ciento de BBVA.
Es probable que los reguladores lo apoyen. La consolidación en el país debería mejorar la escala y conducir a una mejor rentabilidad. Esto se debe a la gran superposición entre las redes de sucursales nacionales de ambas, estimadas por Barclays en unas 1.200 en el momento del último intento de fusión. BBVA necesitará obtener ahorros de costes equivalentes al 15 por ciento de los gastos generales operativos de Sabadell, después de impuestos, unos 312 millones de euros este año.
Si BBVA pagara mucho más que el precio de cierre de Sabadell el martes (cuando se anunció el interés de BBVA), la operación podría diluir las ganancias. Al margen de la lógica, los inversores de BBVA deberían examinar con atención cualquier propuesta de precio para Sabadell.
Todo el tema de la necesidad de recortes, etc, se resume en que habrá muchos EREs de personal de Sabadell en el caso de que la operación salga adelante, y se cerrarán oficinas que se perciban redudantes. Lo habitual.
BBVA ganará volumen, y su rentabilidad por acción probablemente baje o se mantenga estable, como es habitual en estos casos. Otro gran banco sistémico se hará más grande y más sistémico, aumentando su capacidad para llevarse todo un país por delante en caso de implosión. Lo normal, vaya, lo que lleva años ocurriendo.
Una historia honrada de los planes Renove
El filósofo Robert Pirsig (hay que joderse) es el que ha descubierto la verdad sobre los planes Renove de coches, y la explica en esta entrevista con el gran Matt Taibbi.
En resumen, los planes Renove (“cash for clunkers” o “dinero por chatarra” en EEUU) comenzaron en los 1990, primero como un proyecto de relaciones públicas de compañías petroleras que afrontaban mandatos para reducir las emisiones de sus operaciones de refino de petróleo para producir gasolina.
En lugar de llevar a cabo esas caras reformas de sus complejas plantas, las petroleras propusieron destruir miles de autos viejos, bajo la premisa de que los autos más viejos son “graves contaminadores”. Esto nunca se estableció empíricamente, pero así fue como surgió el concepto de créditos de reducción de la contaminación que pueden comercializarse.
Curiosamente, los planes Renove no empezaron en EEUU, que se incorporó tarde a la moda, sino en Europa: el primer plan Renove en España se lanzó en 1994. Después se le cambió el nombre varias veces, porque la gente que trabaja en los ministerios se entretiene con esas cosas.
El programa Cash for Clunkers de EEUU, promovido por el economista Alan Blinder, solo comenzó en 2009 al poco de llegar Barack Obama a la Casa Blanca; para entonces, España ya había perdido la cuenta de cuántas subvenciones se habían dado para la compra de coches nuevos, y de cuántas decenas de miles de millones habían acabado en los bolsillos de los fabricantes de vehículos aún de gasolina pero teóricamente menos contaminantes (al menos, hasta que les pillan).
Hoy en día, en España, EEUU y el resto de Occidente se destruyen automóviles en perfecto estado de funcionamiento para dar paso al futuro de los vehículos eléctricos. El sector de las energías renovables es un caso curioso de una operación de lobby industrial que surgió y reclamó subsidios masivos antes de que existiera una industria real a la que apoyar, como explica Pirsig. A mí no me miren: yo tengo un Tesla. Concluye el filósofo:
Un resultado son los incentivos para entregar una “chatarra” que gasta poca gasolina y funcionar durante otros diez años. En ningún lugar del cálculo de este tipo de “lysenkoísmo energético” se tiene en cuenta el coste medioambiental de fabricar todos estos coches nuevos; es la mentalidad del descarte disfrazada de idealismo verde. Y, por supuesto, hay poca voluntad política para mejorar la red eléctrica y aumentar la capacidad de generación, como sería necesario hacer para dar cabida a todos estos vehículos eléctricos, incluso en estados como California, que han ordenado su adopción.
Lo de Italia es criminal
Hay muchas formas de leer esta gráfica de abajo, que muestra la evolución de las mayores economías de la Unión Europea (en renta per cápita) desde la introducción del euro. La primera sería que España perdió una gran oportunidad demográfica e histórica de convergencia (abandonar la peseta fue un error colosal) y no solo no se ha acercado a las mayores economías, sino que incluso Portugal – el país más pobre de Europa occidental – se va acercando. La segunda sale sola con fijarse en la línea verde, Italia, y ver cómo un país que ha estado entre los tres más ricos del planeta desde los tiempos de los etruscos ha sido completamente arrasado por el euro y la pérdida de competitividad que ha conllevado para su sector exportador.